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La llamada “crisis de la identidad diaconal”

Como diácono permanente, ordenado hace más de 18 años, incardinado en la Parroquia San Alberto Hurtado de Peñalolén, en la Zona Oriente de la Arquidiócesis de Santiago de Chile, y como hombre casado (con mi esposa Sary) y padre de tres hijas (Sarita, Pía y Paz), quiero reflexionar sobre lo siguiente: La triple munera sigue vigente y nadie la ha cambiado; es decir, los diáconos tenemos que desarrollar el ministerio de la Palabra, de la Liturgia y de la Caridad.

Reflexiónes de nuestro delegado Miguel Ángel Herrera Parra

Esa frase, ¡“Alejen a los diáconos del altar!”, que ha dicho el Papa Francisco, lejos de molestarnos, como diáconos, nos debe incentivar y desafiar a ser “apóstoles en las nuevas fronteras de la misión” (como señala el Documento conclusivo de Aparecida, de los Obispos de América Latina y del Caribe, 2007).

Si nos alejamos del altar, es para acercarnos a las personas privadas de libertad, en las cárceles y centros penitenciarios.

Si nos alejamos del altar, es para acompañar a las personas que tienen una diversidad de identidades sexuales, y a sus padres que los apoyan, por el camino de la vida.

Si nos alejamos del altar, es para acercarnos más a las personas que no tienen creencias religiosas, que viven sus relaciones de pareja, sin matrimonio civil, ni religioso.

El Dios de Jesucristo, que es Amor y Misericordia, quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de le verdad. ¿Estamos colaborando los diáconos a esta misión, que – como Iglesia – nos encarga el Concilio Vaticano II, de evangelizar y de servir al mundo?

¿Por qué nos podría doler tanto que nos comparen con los laicos, “como si fuéramos simples laicos”, si tenemos muchos años de amor y de compromiso laical, acumulados en nuestro corazón, y en nuestras vidas, tiempo en que el Señor Jesús nos ha bendecido en nuestros matrimonios y familias, para que, en esa bendita vida laical, llegáramos a discernir con la ayuda del Espíritu Santo, que aspirábamos ser ordenados diáconos, solo para servir mejor a nuestra comunidad?
Desde mi punto de vista y desde mi experiencia, lo que está en crisis no es “la identidad diaconal”, sino las distintas lecturas que – incluso nosotros los diáconos – hacemos del diaconado, que, en mi opinión se ha producido, porque ya en la fase de formación del diaconado permanente, la mayor parte de las asignaturas tenían relación con el ministerio Litúrgico y con el Ministerio de la Palabra. La gran falencia ha estado, en que a los diáconos se les presentaron pocas asignaturas y experiencias pastorales concretas del ministerio de la Caridad, para que pudiéramos ser diáconos insertos (no aislados) en el mundo de hoy, que cambia a cada instante.

Sin embargo, la sola constatación de la falta de formación inicial no basta. Si nos ha faltado formación en distintas áreas, ahora que somos diáconos tenemos el deber de crear instancias de formación para nosotros y para nuestras esposas, y también, para participar activamente en ellas.

Así lo hemos hecho en la Iglesia de Santiago de Chile, donde – en el contexto de la Vicaría para el Clero – hace más de siete años, hemos creado un equipo de diáconos que ha ido, a partir de un diagnóstico aplicado a los propios diáconos y a sus esposas, efectuado cursos semestrales, de muy buen nivel académico y pastoral, que nos permitan conocer y reflexionar sobre la Doctrina Social de la Iglesia, sobre pastoral hospitalaria, la pastoral penitenciaria, la pastoral de migrantes y la pastoral de la diversidad sexual. En el tiempo de pandemia, hemos cambiado los cursos presenciales, por los cursos on line, desde nuestros hogares.

En este tiempo de cuarentena, hemos compartido una especia de largo retiro, en nuestras propias familias y hemos compartido, más que nunca, con cada uno de los miembros de ésta, nuestra iglesia doméstica. ¿Cómo habríamos de lamentar no poder hacer otras cosas, fuera de la casa, si no aprovechamos al máximo esta oportunidad de fortalecer a nuestra amada familia?

¿Por qué habríamos de lamentarnos por no poder revestirnos con nuestra alba, estola y cíngulo, si – los diáconos permanentes – hemos tenido este tiempo precioso para constatar que, en la familia, es donde, mediante palabras, signos y testimonios de amor, nos vamos haciendo felices, aunque eso a nadie le interese?
Algunos hablan de la crisis del diaconado, porque en estos últimos meses, o años, no nos hemos podido revestir, como la hacíamos antes, para servir a nuestra comunidad eclesial o parroquial. Pero, aunque ya no tuviéremos ninguna estola, alba y cíngulo, lo importante es que somos diáconos, que desnudos frente a Dios, queremos dar lo mejor de nosotros a nuestras familias y a nuestra comunidad. En la medida que los diáconos permanentes seamos animados y “provocados” por la realidad del mundo del dolor y de la marginación, nos podemos ir transformando en diáconos, que cuando accedamos al altar, llevemos incorporado – en nuestro ministerio – el dolor y el compromiso, las alegrías y las esperanzas del Pueblo entero. Así, con esa caridad diaconal vivenciada, podremos ofrecer homilías más breves, contundentes, evangélicas y pertinentes a nuestras respectivas realidades sociales y culturales.

Con mucho cariño y esperanza

Miguel Ángel Herrera Parra
Diácono Permanente,
Santiago de Chile

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