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Testimonio sobre la pastoral de la diversidad sexual

El 21 de agosto próximo, Dios mediante, celebraré los 15 años de mi ordenación diaconal. Mi lema como diácono es “Reciban el Espíritu Santo (San Juan 20, 22)”, lema que adopté pensando que Dios va regalando su Espíritu Santo, sus dones y carismas, siempre, a toda la humanidad, en todo el mundo, en todas las circunstancias, aunque no lo veamos, aunque sea en culturas y lenguajes que desconocemos.

En mayo del año 2011, participé en el II° Encuentro Latinoamericano del Diaconado, organizado por el CELAM, que se realizó en Itaicí, Sao Paulo, Brasil, donde expuse los resultados de un diagnóstico de la realidad social y pastoral de los diáconos de América Latina y el Caribe. De ese Encuentro continental, en el que participaron más de 200 personas (Obispos, presbíteros, diáconos, esposas de diáconos, laicos y laicas, de todos los países, excepto de Perú y de Ecuador) me quedó resonando fuertemente el desafío de llegar a ser “apóstoles en las nuevas fronteras de la misión”. Además, me pidieron que escribiera el Himno de dicho Encuentro latinoamericano, texto que indico al final de este artículo.

Hasta el año 2015 trabajaba como Director de Pastoral de la Fundación Beata Laura Vicuña.

En medio de mi período de búsqueda de un nuevo trabajo, me regalaron el libro “¿Quién soy yo para juzgar?. Testimonios de homosexuales católicos”, cuya autora es la periodista y teóloga Carolina del Río. En este libro se relatan muchas experiencias de personas, homosexuales y lesbianas, que – siendo católicas – han sido excluidas y marginadas por su condición, en sus familias y comunidades, incluyendo a la Iglesia. (En la Iglesia se les margina por ser homosexuales, y en el mundo homosexual se les margina por ser católicos.)

Con mi esposa (Sary) leímos este libro y luego, lo comentamos profusamente. Consideramos que si estas personas, son creadas por Dios, por el Dios del Amor, nadie tenía que tratarlas mal, ni agredirlas, ni excluirlas de la vida social, y menos de las comunidades cristianas, que están abiertas a toda la humanidad. El contacto con esta dura realidad, implicó un cambio actitudinal y conductual muy profundo en nosotros.

Un día, fui a conversar con el Padre Pedro Labrín, sj, quien era el Asesor de la Pastoral de la Diversidad Sexual, PADIS+, cuya sede está en Providencia. Mi motivación era que – la Iglesia latinoamericana – espera de los diáconos un testimonio evangélico y un impulso misionero para que sean apóstoles en sus familias, en sus trabajos, en sus comunidades y en las nuevas fronteras de la misión”. (Documento de Aparecida, N° 208).

Si nuestra Iglesia quiere que los diáconos seamos “apóstoles en las nuevas fronteras culturales”, algo concreto teníamos que hacer por estas personas, tan excluidas y maltratadas en la actualidad.

Por lo tanto, he estado participando en Encuentros de reflexión y de oración, Jornadas, reuniones, oraciones de laudes y vísperas, y en la Eucaristía, en las que he sentido la fuerza del Espíritu Santo, como en un verdadero Pentecostés, que nos está removiendo e invitando a pasar de la cultura cómoda del “nada puede cambiar”, a la valentía misionera del “algo podemos hacer”.

¿Cómo quedar indiferente a esa madre que ha dicho: “si yo como mamá, amo a mi hijo, que es gay, y lo amo porque es mi hijo, ¡Cuánto más lo amará Dios que lo ha creado!”?

¿Cómo olvidar la oración sincera de mis hermanos homosexuales y hermanas lesbianas, que pese a tanto odio que han recibido – incluso en su propia Iglesia – desean – con amor – construir una civilización de amor, entre todos los seres humanos?

¿Cómo olvidar tantas conversiones de tantas personas, consagradas y laicas, que quieren apoyarles y acompañarles en esta desafiante pastoral de la diversidad sexual, aún en medio de tantos prejuicios e invisibilización de esta temática, en la Iglesia local?

Por otra parte, desde hace poco más de tres años, trabajo como Director de Incidencia de la Delegación para la Pastoral Familiar, DEFAM, del Arzobispado de Santiago. Y he tenido muy presente – en mi labor – esta mirada de buscar caminos y de construir puentes (conversación, reflexión y oración) entre la pastoral ordinaria y esta pastoral “extraordinaria” de la Iglesia.

Me he ido formando y estudiando sobre los temas relacionadas a la diversidad sexual y a las teorías de género que existen en el mundo, y a reflexionar de qué manera podemos tender puentes entre nuestra antropología cristiana y las nuevas formas culturales de ser personas, que han surgido en los últimos años, que para los adultos son algo “sorprendente”, “que no nos cabe en la cabeza”, pero que, para los jóvenes son algo muy natural y muy actual.

La PADIS+ tiene comunidades cristianas de homosexuales y de lesbianas y, además, tiene comunidades cristianas de padres y madres de homosexuales y de lesbianas. Aquí veo yo, un espacio para que – los diáconos y esposas – podamos apoyar la fe y la vida de estas personas concretas, que están en una auténtica “frontera existencial”, que necesitan de nuestro acompañamiento espiritual, ya que son nuestros hermanos y hermanas.

Además, se puede contar con ellos para que nos ayuden en alguna reflexión pastoral, que se haga sobre esta temática en nuestras comunidades, parroquias y colegios, ya que ellos van a compartir sus vivencias (con la anuencia de los obispos locales) a las distintas diócesis del país.

En este caminar junto a la PADIS+, me siento como si siempre hubiese participado con ellos y que Jesús Resucitado nos impulsa a dar más pasos, para que en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia – estos hermanos y hermanas – sean tratados con respeto y los aceptemos como “legítimos otros”, en nuestra convivencia cotidiana. También, he podido descubrir que en las propias familias extensas de nosotros, hay personas que tienen esta condición de diversidad sexual y con quienes tenemos que interactuar desde lo que somos, por llamado del Señor, a ser sus servidores, atentos y cercanos, dialogantes y animadores.

La Verdad revelada por Dios a toda la humanidad, sólo podrá ser compartida con las personas diversas, si va acompañada por el Amor. Sin Amor, la Verdad será como una bomba atómica que causa muchísimo dolor y más desolación.

El Señor Jesús quiere que todos lleguen al conocimiento de la Verdad, y quiere que todos se salven y tengan su Vida eterna. ¿Por qué los diáconos permanentes, que en nuestro ministerio tenemos la triple munera – de la Palabra, de la Liturgia y de la Caridad – no habríamos de hacerlo en la actualidad?.
No se trata de que todos los diáconos tengamos que “obligatoriamente”, ser parte de la PADIS+, sino que, en nuestra vida habitual, en nuestros trabajos y ámbitos familiares, en nuestros barrios y comunidades, tengamos una mirada clara, formada, respetuosa y misericordiosa sobre nuestros hermanos homosexuales y sobre nuestras hermanas lesbianas.

Si – los demás – pueden apreciar que hay misericordia en nosotros, como diáconos, se podrá ver la misericordia de Jesucristo, y se podrá trasmitir la misericordia del Padre, que nos ama a todos, porque somos suyos. ¡Esto es y será siempre una Buena Noticia!

Verdaderamente, Dios va regalando su Espíritu Santo, sus dones y carismas, siempre, a toda la humanidad, en todo el mundo, en todas las circunstancias, aunque no lo veamos, aunque sea en culturas y lenguajes que desconocemos.

Hermanos diáconos, y esposas de diáconos, seamos nosotros, esos apóstoles en las nuevas fronteras existenciales de la diversidad sexual, tal como lo han señalado nuestros obispos latinoamericanos , reunidos en Aparecida..

“Aquí estamos Señor, porque nos has llamado” (Miguel Ángel Herrera Parra)


”Los diáconos, apóstoles de las nuevas fronteras”

Estos diáconos son servidores,
como Cristo Jesús Servidor,
que entregan sus vidas y valores,
con su esposa y familia de Amor.
Peregrinos que son misioneros,
no se instalan en su condición,
hoy se ofrecen, en nuevos senderos,
a llevar, del Señor, bendición.

Son apóstoles enamorados,
consagrados en bella misión,
animando a los encarcelados,
superando toda la exclusión.
Sus tesoros son miles de pobres,
de la Santa Iglesia, su opción,
que conocen, muy bien, por sus nombres,
que respetan, en paz y oración.

En medio del Pueblo que camina,
en la historia de la Salvación,
abren puertas y el sol ilumina,
compartiendo, en Jesús, Redención.
A emigrantes y a las minorías,
les ayudan en la integración,
día y noche, brindan alegrías,
y su pan y su fe, en la acción.

Enseñando a pescar, son felices,
forman personas, en libertad,
que sanando de sus cicatrices,
los levanta, la Santa Verdad.

Con Jesús, en su Eucaristía,
con su Palabra de Salvación,
se desbordan su amor y alegría,
felices, en su urgente misión.
En las nuevas fronteras del mundo,
globalizan solidaridad,
y entregan su afecto profundo,
su esperanza ( la esperanza)
y su fiel caridad.

A los jóvenes desorientados,
brindan espacios de comunión,
y aún a aquellos que van condenados,
los acogen y dan instrucción.

Con Jesús, en su Eucaristía,
con su Palabra de Salvación,
se desbordan su amor y alegría,
felices, en su urgente misión.
En las nuevas fronteras del mundo,
globalizan solidaridad,
y entregan su afecto profundo,
su esperanza ( la esperanza)
y su fiel caridad.
¡Nuestros diáconos!


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